Las enfermedades infecciosas ocasionan en conjunto en todo el mundo 13,3 millones de muertes al año, que representan el 25% del total lo que las convuerte en la segunda causa de muerte del ser humano. El primer puesto lo ocupan las enfermedades cardiovasculares con el 31%. Sin embargo, las infecciones son la primera causa de muerte en la infancia y juventud, y la principal responsable de pérdida de años de vida por discapacidad.
En los países en desarrollo representan el 43% de las muertes. Cada hora mueren más de 1500 individuos por dichas enfermedades, la mitad de ellas niños menores de cinco años. Más del 90% de las muertes se deben a una serie concreta de problemas:
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infecciones de vías respiratorias inferiores 3,5 millones;
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HIV y sida, 2,3 millones;
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enfermedades diarreicas, 2,3;
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tuberculosis, 1,5;
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paludismo, 1,1;
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sarampión 0,9;
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tétanos 0,4;
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tos ferina 0,3,
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enfermedades de transmisión sexual y meningitis 0,2 cada una (OMS, 2000).
La enorme magnitud de la patología infecciosa en muchas partes del globo contrasta con el fuerte declive de las mismas que tuvo lugar en el orbe occidental a inicios del pasado siglo, relacionado con las mejoras introducidas en la nutrición y la higiene, y también se contrapone con la visión optimista establecida a mediados de siglo en que tras el advenimiento de los antibióticos e inicio de los grandes programas de vacunación se pensó que muy pronto se podría dar por cerrado el ominoso capítulo de las enfermedades infecciosas.
La continuada emergencia de nuevos agentes (por ej., HIV, Legionella, hantavirus, priones) que entre otros problemas han producido la pandemia HIV-sida de extraordinario impacto humano y social, la reemergencia de algunas infecciones como la tuberculosis, difteria, paludismo o dengue que en muchos países se daban por controladas, el establecimiento de nuevas formas de transmisión (por ej., la vía intravenosa, los sistemas de refrigeración), la aparición de resistencia microbiana a los antibióticos, la implicación de algunos agentes en determinadas enfermedades crónicas, junto a la expansión de muchos factores de notable impacto sobre el medio ambiente, además de las dificultades para atenuar los graves problemas en el tercer mundo, indican que las enfermedades infecciosas seguirán siendo un capítulo muy destacado en la medicina del siglo XXI. En el lado positivo deben anotarse importantes éxitos conseguidos en los últimos decenios como la erradicación de la viruela y el control de la poliomielitis, dracunculosis, lepra y tétanos neonatal, la continuada disminución de la mortalidad, morbilidad y discapacidades por enfermedad infecciosa en los países occidentales, y la aceleración de los avances científicos y técnicos que ha de permitir la introducción de medicamentos y vacunas cada vez más eficaces contra las infecciones.
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